Ja sabem que les paraules es desgasten per l’ús i també per
tergiversacions interessades que en canvien el sentit. La paraula
“revolució” ens pot dir coses ben diferents i segur que tots en tenim
una visió diferent. Replantejo ara la paraula “revolució” a través d’un
text de Diego Abad de Santillán publicat a La Protesta de Buenos Aires l’any 1925 sota el títol “Nuestro programa”; n’he escollit el següent tros:
El concepto vulgar de la revolución como un mero asunto de
alborotos callejeros y de establecimiento de guillotinas, ha pasado. La
historia nos ha dado bastantes demostraciones de que nuestra revolución
no es un simple problema de fuerza material, sino que ante todo debe ser
una revolución de las conciencias y la construcción de un nuevo sistema
de vida individual y social por la acción libre y personal de cada uno.
Esas revoluciones de mero predominio de la violencia, son siempre
revoluciones políticas, es decir, revoluciones de palacio que quitan a
uno o a unos del trono para poner a otro o a otros. Nuestra revolución
no es una panacea para todos los males; nosotros no somos, como los
políticos, seres destinados a forjar con nuestras manos la felicidad
universal.
Nos distinguimos de los demás seres por el hecho de no reconocer
autoridad ninguna; mientras la mayoría de la humanidad busca la
salvación en poderes extraños a sí misma: milagros divinos,buenos
gobernantes, nuevas formas de gobierno, nosotros decimos que la dicha
humana no depende de la abdicación de la voluntad personal sino de la
libertad material, económica y moral de los individuos y de los grupos
sociales. Frente a todas las panaceas de las clases privilegiadas y de
los mil y un partidos políticos que se disputan el honor de crear por
decretos el bienestar y la felicidad en la tierra, nosotros somos los
únicos que nos presentamos al mundo desprovistos de promesas
halagadoras. Todos los partidos políticos, sin distinción de color ni de
categoría, prometen a los pueblos una serie de reivindicaciones; unos
se apoyan en las reformas bajo los auspicios del sistema gubernativo
existente, otros se declaran revolucionarios porque quieren tener por
completo en sus manos el timón del Estado; únicamente los anarquistas no
prometemos nada, ni por medio de las reformas ni por medio de la
revolución; nada tienen y nada pueden dar; pero han llegado a un
conocimiento que puede ser fruto de bienestar y de felicidad para todos.
Los anarquistas propagan ese conocimiento que consiste en convencer a
los hombres de que el maná bíblico o las promesas de los aspirantes al
poder son mentiras y que la salvación está en todos los seres, en la
acción personal de cada uno. En contraste con los partidos políticos,
que aseguran que la salvación está en su respectivo programa de reformas
o de revolución, nosotros decimos que la salvación está en todos, que
para ser libres hay que luchar por serlo, que la libertad no existe
donde no se siente la necesidad de ella, que el bienestar no es un fruto
del milagro teológico o de las artes mágicas del gobierno, sino un
resultado del esfuerzo racional del hombre libre. Aquellos que nos
vuelven la espalda porque predicamos la verdad y acuden a las urnas o a
las barricadas tras las mentiras de los demagogos, nos producen una gran
tristeza, porque sabemos que sus esfuerzos son dirigidos a reafirmar
los males que quieren combatir, pero no pueden desviarnos de nuestra
linea de conducta, es decir, no pueden movernos a predicar la mentira y a
competir en el terreno de la demagogia con los adeptos de la teología
del Estado. Los anarquistas no tenemos ninguna virtud mágica; no nos
suponemos creadores de la felicidad universal, al menos creadores
directos, y lo reconocemos y lo advertimos; por eso nos distinguimos de
los que se dicen revolucionarios y que en realidad sólo aspiran a
imponer su voluntad a los pueblos; por eso gritamos que los hombres no
deben forjarse ilusiones y esperar de otros lo que sólo pueden realizar
sus propias fuerzas.(…)
… la revolución despierta la iniciativa, la actividad personal;
sacude el adormecimiento de la personalidad y renueva valores y destruye
dogmas y carriles en que se desenvolvían los seres como autómatas. Pero
la revolución no es simple alboroto callejero; el alboroto es un
resultado, un fenómeno, tal vez inevitable, pero no es lo esencial; una
revolución puede también producirse pacíficamente y de hecho se producen
también revoluciones sin cesar en todos los dominios de la vida que
proceden por una vía incruenta. Si los que hemos reconocido las causas
fundamentales de la injusticia y del malestar social tuviéramos
paciencia para espera millares i millares de años, tal vez la revolución
de que nosotros hablamos se hiciera por medios persuasivos,
tranquilamente, sin choques violentos con los gendarmes, etc. (…)
Vegeu també el text Revolución antropológica, de Johann Baptist Metz,
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