Habitar culturalmente el mundo y la historia después de la barbarie II. ¿De qué mediación cultural estamos hablando?

 

Con ello se abre el tema central de la exposición.

Al inicio del escrito, he ofrecido una formulación de la mediación cultural que caracteriza la estructura cultural antropológica: la que pone de relieve su carácter simbólicode alcance político y que está sustentada en una determinada visión del tiempo como visión de realidad; es decir su dimensión simbólica y temporal.

Destacar el carácter simbólico de una mediación cultural, es poner de relieve la dimensión relacional entre la razón y la historia, integradora de contrarios y de divisiones, como señala el filósofo A. Ortiz Osés y el Círculo de Eranos, tan presentes en la racionalidad moderna, que ha dado lugar, gracias a la Hermenéutica Simbólica, a un umbral hermenéutico nuevo de la realidad más complejo, que se pregunta por el vínculo y sentido frente a mediaciones fácticas, descriptivas, divisorias y reductoras propias de las ciencias positivas hegemónicas. Una mediación cultural entendida como comprensión simbólica de la racionalidad y de la estructura antropológica que nos ofrece claves sobre el significado de nuestra existencia.

Sin embargo esta mediación cultural simbólica no es atemporal sino que opera sostenida en una visión del tiempo. De forma abreviada se puede decir que en la tradición cultural occidental se ha traducido la concepción del tiempo sobre todo, o como visión apocalíptica o como visión gnóstica del tiempo.

Es una constatación histórica aceptada la hegemonía de la visión gnóstica del tiempo, como visión de la existencia, que se ha ido imponiendo progresivamente en occidente desde el siglo IV-V. Esta hegemonía sigue vigente en la modernidad como modelo cultural para el cual el tiempo aparece como un continuum que evoluciona por sí mismo hacia un ideal de felicidad, como progreso ilimitado de la razón, de sus capacidades de dominio material y control racional, para el que todo es posible y donde no importa el precio que haya que pagar, indiferente a la producción de sufrimiento y daño social que comporte.

Esta visión moderna del tiempo, esta temporalidad, que soporta la relación del hombre con la historia y con el mundo ha primado un modo de relación, de habitar culturalmente el mundo y la historia guiado por el discurso según un “orden racional”, autónomo, universal, incluso también a veces crítico como cuando destaca las contradicciones, errores, consecuencias perversas de la modernidad según una dialéctica ilustrada, sea en su versión idealista hegeliana (sujeto-objeto) o materialista marxista (praxis-teoría) pero del que ha excluido y eliminado otra visión del tiempo (recogida en otras tradiciones culturales) en la que privilegia otro modo de relación con la historia y el mundo, en la que prima una razón sensible al sufrimiento humano, una razón guiada por el recuerdo de “ese sufrimiento históricamente acumulado”.

Para esa visión apocalíptica del tiempo la pregunta fundamental ya no es, como afirma Metz, “la pregunta del logos griego: “¿quién habla? sino “quién sufre? El lenguaje no pertenece ante todo a quienes discuten sino a quienes sufren”, es decir ¿Cómo hablar, pensar, decir la verdad, la justicia, el bien,... a la vista de la historia del sufrimiento inocente? O como se pregunta la filósofa  S. Gosselin, "¿Cómo repensar nuestra forma de estar en el mundo, cuando hace siglos de modernidad nos han llevado a la explotación de la Tierra más que a habitarla?"

El precio de esta hegemonía del tiempo gnóstico ha sido, por un lado, el de reducir a irrelevancia epistémica (cultural) y práctica (política) la visión apocalíptica del tiempo; y por otro, el de echar al olvido la cuestión central de la apocalíptica: la pregunta originaria, bíblica, apocalíptica por el fin del sufrimiento humano inocente; esa pregunta que mira la parte oscura de la realidad histórica que quedó relegada en la tradición gnóstica del tiempo, como una visión del tiempo sin memoria. Cuestión que queda sellada en palabras de Metz: “Sin apocalíptica, la cultura se convierte en una ideología de triunfadores”.

En definitiva, se puede decir que esa visión gnóstica del tiempo sin memoria habla de la insuficiencia e indiferencia de una razón moderna frente a la interpelación de la barbarie sucedida; habla de la irrelevancia epistémica y práctica de la barbarie.

A partir entonces de lo sucedido cabe preguntarse: ¿qué mediación cultural es posible a la vista de Auschwitz? Pues estamos en tiempos post barbarie en el que lo impensable para la razón ha sucedido. Ya no sirve cualquier mediación cultural sino la que se sienta interpelada por esa parte de la historia, de la realidad considerada irrelevante cultural y políticamente por la razón moderna.

Es la prueba de fuego para toda mediación cultural.

EM





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