Habitar culturalmente el mundo y la historia después de la barbarie. I : ¿Cuál es el modo moderno de habitar culturalmente el mundo y la historia?

 

 


 Se acepta habitualmente que el modelo moderno hegemónico de cultura se ha vertebrado en torno a un modelo basado en la autonomía de una razón ilustrada y emancipatoria, en la libertad sin límites del individuo, en la desvinculación del pasado y de la religión como lastre a liberarse y en la fe en el ideal de progreso material ilimitado, de bienestar social y ennoblecimiento moral como criterio último de vida individual y de organización de la convivencia

Es precisamente en la modernidad cuando se configura el paradigma racional hegemónico de esta relación mediada culturalmente, que es una actualización del modo de relación heredado de la tradición cristiana, humanista, occidental. Y que tiene su origen en un giro cultural-político en los albores del cristianismo que interrumpe e elimina otra tradición la judía, mesiánica, que habla de un modo de habitar la historia y el mundo especialmente sensible a la cuestión del fin del “sufrimiento históricamente acumulado”.

Sin embargo este modelo cultural no ha sido ajeno a la barbarie que ha conllevado y se ha generado dentro de él. Como dice el historiador de la cultura G. Bensoussan: “La cultura europea es portadora de las libertades de la modernidad política (la Ilustración), pero es también portadora de esa anti-Ilustración cuya madeja ideológica se anuda a lo largo del siglo XX. El mundo concentracionario y el genocidio rubrican el fracaso parcial de la Ilustración: la razón y la educación, que están en el corazón de su proceso, no pudieron bloquear la empresa de aniquilación que conocemos” 

Por otro lado ese modo hegemónico de relación del hombre con el mundo y su historia, ese modo de habitar el cosmos y la historia consagrado en la modernidad, no resistió la sacudida de la crisis de las ciencias y del espíritu del XIX y XX o de la crisis sistémica actual que evidencian el fracaso de la respuesta de la modernidad a la cuestión radical que la erigió. Es el fracaso del proyecto ilustrado: el de la hegemonía de la razón emancipadora, como motor y progreso sin límites de la historia y del mundo cuyo momento referencial es la barbarie de Auschwitz. Una crisis que ya en su momento hombres ilustres como el filósofo Ed. Husserl, el escritor St. Zweig, o el superviviente de Auschwitz P. Levi, entre otros, denominaron como crisis cultural, civilizatoria, crisis “del espíritu”, incapaz de responder a la barbarie moderna que bebe y se incuba en la misma Ilustración. “Después de Auschwitz, es nuestro estatuto mismo de seres humanos el que está a partir de ahora en cuestión” dice el historiador G. Bensoussan. 

Por lo tanto si se afirma que habitamos culturalmente el mundo, hemos de reconocer que este modo de habitar culturalmente el mundo se ha sostenido y se sigue sosteniendo en una cultura del desentendimiento, de la irrelevancia, del olvido de ese lado oscuro de la historia que le pertenece, es decir el de la producción del sufrimiento históricamente acumulado. 

Todo lo cual no ha merecido culturalmente ningún valor ni significado racional, como posibilidad de conocimiento y de verdad, ningún valor ético como posibilidad de una práctica responsable, solidaria con una historia olvidada y ningún valor político como posibilidad de una nueva praxis política desde el reconocimiento público de lo excluido; aspectos estos que pondrían en cuestión los parámetros culturales con los que habitualmente nos manejamos. 

Se podría concluir diciendo que si miramos esta mediación cultural “en situación”, es decir, operando en el tiempo, en concreto en el tiempo de la Modernidad, se constata que es una mediación cultural sin memoria de la barbarie, sin esa memoria que respete “el sufrimiento históricamente acumulado” en palabras del teólogo J. B. Metz 

¿Cómo entender esa mediación hegemónica cultural moderna sin esa relación, sin esa memoria de la barbarie que el proyecto ilustrado ha acunado? Intentar un acercamiento de comprensión de este proceso, si se acepta esta hipótesis analítica señalada, supone revisitar, abordar de nuevo ese modo moderno de habitar la historia y el mundo, ese orden de lo cultural instituido, no en abstracto, de modo teoricista o procedimental, sino "en situación", “en tiempo post”, es decir teniendo en cuenta que esa barbarie ha sucedido, es decir a la vista de lo abismal sucedido en la historia y cuyas consecuencias perversas aún sacuden nuestra actualidad. 

Revisitar ese orden cultural desde esa perspectiva no es sobre todo un ejercicio histórico, ni genealógico (de ello hay abundante literatura), ni tan sólo un ejercicio cultural crítico, ciertamente imprescindible, tan al uso en las teorías sociales críticas, que evidencie errores, contradicciones, aporías del orden cultural hegemónico sino una reconstrucción cultural de esa relación intrínseca, inédita entre razón moderna y barbarie, de su lógica interna, sus valores, su fundamentación matricial, sus asentamientos a partir de la barbarie sucedida, y su significación.

Esta revisitación cultural, desde esta perspectiva, se hace apremiante hoy si no quiere volver a ser una nueva versión de una razón crítica pero inmune a la interpelación que denominaremos anamnética: una interpelación a la racionalidad desde una memoria de la barbarie sucedida. 

La barbarie que acunó la modernidad no fue un error o un defecto de fábrica “sino realización de una de las posibilidades latentes en el proyecto ilustrado”. En palabras del historiador de la cultura G. Bensoussan: “Nuestra fe en la Ilustración ha nutrido la ilusión de que la “cultura” nos protegía del crimen (nos salvaba del desastre), que ella constituía un dique eficaz contra la tentación del asesinato”….”Nos nutrieron con la convicción de que la cultura era sinónimo de “progreso” y de “razón”, y esa piadosa ilusión contribuyó a ocultar la inmensa historia de la anti-Ilustración, esa genealogía del desastre del siglo XX”. De ahí la importancia de la revisitación cultural: “Si las reconstrucciones culturales nos importan para comprender de qué procesos los acontecimientos fueron el término, esos razonamientos, sin embargo, siguen siendo frágiles porque están siempre amenazados por la elaboración artificial de las lógicas históricas”. 

El fracaso del proyecto ilustrado tiene que ver con la ocultación de esa parte de la realidad pues en su lógica era impensable saberse y entenderse a sí misma como acuñadora de la barbarie. Recuperar esa memoria al fin y al cabo es devolver al pensamiento y a la sociedad una dimensión de la realidad eliminada por la Ilustración.

 EM 


 


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