Cuando
en una crisis política y sistémica, como la de la época actual, vemos que ya
no nos sirven explicaciones parciales o
sectoriales, sean económicas, sociales, políticas, ideológicas, subjetivas o medioambientales
acudimos como último recurso de respuesta sistémica, global a la cultura, al
orden de lo cultural y a su poder curativo, como posibilidad de sentido. ¿Qué
ha pasado entonces?, ¿que la política se ha agotado? ¿que la cultura se
convierte en salvavidas de la política hasta que ésta se recupere una vez que
haya encajado la posible respuesta cultural en su lógica política?
Tal
vez lo que se pone en evidencia en esos momentos extremos de máximo peligro y
de forma irremediable es que la política no es posible sin la cultura; pero
sobre todo que otra política diferente no es posible sin otra cultura diferente.
Entonces es cuando la cultura se erige en autoridad política y no en apaño
político. Parece sencilla la cuestión porque más o menos cuestionar la política
está al alcance de la mano pero cuestionar la cultura que nos configura y en la
que vivimos y respiramos es asunto más complicado. Nos vemos implicados y eso
gusta menos.
Así
ocurrió con la Transición a la democracia en España. Parecía que era asunto de
política, y lo era; pero no era sólo ni sobre todo de política, era y sigue
siendo asunto cultural y eso afecta a todos aunque miremos para otro lado. O lo
que pasó con la reconstrucción de Europa tras la II GM. No fue solo asunto de
política y economía como así se justificó. Fue y es asunto cultural todavía
pendiente.
Lo
que muestra una crisis de este calibre que afecta a todo y a todos es algo
constante de la vida colectiva pero que a lo largo del tiempo se ha convertido
en algo irrelevante, desaparecido por su
escaso interés: el orden de lo cultural en el que se sostiene. Estamos hechos a
que toda crisis política se resuelve con una nueva propuesta o arreglo
político, provenga del mismo partido o de nuevos partidos hasta que se llega a
una situación políticamente insostenible por más remiendos que se pongan. Lo
que evidencia una crisis como la vigente no son solo las deficiencias,
incapacidades de unas prácticas políticas para resolver los problemas sino sobre
todo su lógica interna; no son aberraciones de la política que pudieran
corregirse sino que pertenecen a la sustancia natural de esa política; esa
naturalización de las prácticas políticas se sostiene en un orden cultural
especifico para el que cual esa práctica
política es su materialización normal. El problema real es la normalidad no sus
incongruencias y esto es lo que cuesta ver porque está en otro orden de cosas.
De
ahí que toda propuesta política pasa por una propuesta cultural, se soporta en
una fundamentación cultural. Cuando consideramos la crisis política como crisis
sistémica, que no deja nada fuera de sí, conviene dirigir la mirada no a lo que
se ve, el funcionamiento y el ejercicio de la política sino a los fundamentos
en que se sostiene, se justifica es decir a su fundamentación cultural.
El
orden de lo cultural no es el mismo que el orden de lo político y no se le
puede pedir lo que no le corresponde. El orden cultural tiene que ver más con
el orden de la comprensión, de la representación de la realidad, del significado de la experiencia del vivir,
que con el orden de la intervención práctica propio de la política, de la cosa
pública. Tiene otro tiempo, el tiempo largo, el de la trasformación de fondo, el
de los fundamentos que afecta a toda la existencia, a la forma de entender
nuestra relación con la historia, con el mundo, con la naturaleza, con lo
metahistórico y esto si se toma en serio es inviable e irreductible al corto
plazo de la práctica política como la conocemos.
Pero
esto que es estructural, una constante universal en la relación cultura y
política no es el problema aunque ya es importante caer en la cuenta de ello y recuperar
esta relación, esta tensión permanente entre cultura y política que nunca se
resuelve eliminando una de las dos partes, como ha sido habitual en nuestro
sistema de organización de la vida social. Por más intentos de prescindir de
una de ellas siempre se ha mantenido de forma visible o invisibilizada la
relación entre ambas expresada de miles de formas incluso en su negación. El
problema es la respuesta a esta relación entre cultura y política en el tiempo,
su traducción en el tiempo. Y aquí sí que puede haber diferencias notables pues
las prioridades, las valoraciones pueden ser diferentes. Según qué orden
cultural se priorice las cosas son diferentes.
Lo
importante a lo que toca enfrentarse es a las respuestas, a la traducción en el
tiempo de este orden cultural no a sus posibilidades abstractas. Estas
respuestas tienen que ver con opciones, con prioridades valorativas respecto a
la existencia y convivencia humana.
En
la crisis sistémica vigente de hace décadas, tenemos respuestas políticas
insoportables porque sus bases culturales han perdido su virtualidad
significativa, ya no dicen nada culturalmente no solo políticamente. Pero esta
vertiente de las cosas queda camuflada
cuando no ninguneada. Sin embargo la política sin esa dimensión cultural entonces
se ha convertido en creencia, en gestión o en negocio que diría Horkheimer.
Hoy
conocemos las diversas formas operativas del actual sistema político neoliberal
global así como los enormes esfuerzos
del mismo en revestirse de un rostro cultural no ya con los rasgos clásicos del
viejo sistema capitalista de explotación material sino como un moderno sistema
cultural, capaz de dotarse de fundamentación cultural acudiendo a los caladeros
más insospechados de la democracia, de valores de tradición ilustrada republicana,
de los Derechos Humanos antes en manos de cabezas ilustradas, progresistas,
alternativas y declarar así la llamada Guerra cultural contra todos, no la que
batalla contra un enemigo universal sino la que vacía y desactiva a toda
existencia.
Pero
una vez engullido este orden cultural por el sistema con el permiso y aprobación
de todos ¿qué nos queda como espacio propio? Tal vez convenga revisar en dónde
hemos quedado parados, inmovilizados, desactivados.
EM
(13.11.21)
Comentaris
Cada vegada semblem més allunyats de revisar aquestes bases culturals que s'amaguen darrera de les decisions polítiques i del viure en general, i és cada vegada més rar que els debats públics girin entorn de revisions d'aquesta mena.
Per començar a donar resposta al plantejament d'E.M. en aquest escrit, podríem iniciar al blog un debat que apliqui a l'actualitat política una revisió que vagi més enllà i que entri a plantejaments culturals de fons.