El silenci, un estat mental més que una realitat acústica

 


El director de El vuelo de la lechuza, Carlos Javier González Serrano, ha entrevistat Ramón Andrés per parlar sobre el seu nou llibre Filosofía y consuelo de la música. Ens ha interessat molt tot el contingut d'aquesta entrevista i ens fem ressò aquí d'algunes de les seves respostes tot suggerint-ne una lectura completa:

Empecemos por el final: usted cuenta en el epílogo de este libro que lo ha escrito “apartado del mundo”. ¿Cree que en nuestros días nos falta esta quiebra entre la cotidianidad (el ruido, el movimiento constante de la vida) y el silencio meditado que procura el pensamiento?

He de reconocer que, desde siempre, incluso cuando era un adolescente, he sentido esa necesidad de lejanía. Esto no significa vivir sin empatía con el prójimo, al contrario, me permite entenderlo mejor. Es indiscutible que nuestra mente necesita de ciertas condiciones para ordenarse y ofrecer toda su potencia, y esto es difícil conseguirlo en el fragor del caos y el ruido. Lo que digo es una obviedad, pero a menudo no percibimos que el movimiento compulsivo al que el mundo nos somete nos va borrando de nuestra propia realidad y, de paso, desdibuja a nuestros semejantes.

Hablando de silencio: ¿qué tipo de silencio requiere la música? ¿Su escucha nos abre a nuevas dimensiones del propio silencio?

Yo diría que el silencio no es algo opuesto a la música. En el fondo, ella surge del silencio y lo contiene. La meditación, la creación, parten de un silencio previo, originario. Uno de los hallazgos de los compositores contemporáneos, me refiero a los maestros de verdad, lo han incorporado en sus obras, y no tanto como una ausencia de sonido, sino como una presencia que se deja sentir, existe como una latencia que escapa del lenguaje. Debemos tener en cuenta que el silencio es más bien un estado mental que una realidad acústica. El silencio nos precede, y sabemos que será nuestro legado.

Encabeza el volumen con una cita del Nobel de Literatura Elias Canetti, en la que leemos que “la música es el mayor consuelo ya por el hecho de que no crea palabras nuevas”. ¿Considera que existe, precisamente, un exceso de palabras en nuestros días, o que, de alguna manera, como explicaba Unamuno, las palabras han llegado a traicionarnos?

Hablamos demasiado. Opinamos sin cesar. Incluso existen los profesionales de la opinión, muchas veces escondidos tras el nombre de tertulianos o del más refinado término de “politólogos”. Hablar es rentable, el sistema necesita grandes excedentes de lenguaje y opinión para no concretar nada y favorecer la alienación de los ciudadanos. Hay tal derroche de lenguaje que, cuando llega la hora de dormir, no sabemos qué nos ha dicho el mundo. Esta situación reviste más peligro que la sentencia de Unamuno, porque va más allá de un lapsus lingüístico o de un mal uso de una palabra o expresión. Se trata de un mercado de lenguajes y signos que nos encadena.

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