Se afirma que habitamos
culturalmente el mundo, que nos hemos dado un modo de habitar el mundo, de
hacerlo habitable humanamente.
Cuando hoy decimos que la
política, el modelo político, está en crisis, no se trata solo de las prácticas
políticas sino de la cultura que las soporta, de ese modo de habitar
culturalmente el mundo que nos hemos dado.
¿Qué supone repensar esa
política, esa cultura que nos configura a la luz de la crisis sistémica
vigente?
Tal vez sea el momento de
volver a revisar, repensar la cultura, el modelo cultural que la sostiene, del
que venimos y nos da sentido, convertido ya en un supuesto incuestionado,
natural e inconsciente; es decir se trata de revisitar esa instalación mental-valorativa-afectiva
en la que estamos asentados y habitamos.
De entrada lo que se constata
es que esta instalación cultural colectiva no queda al margen de la crisis sino
que la atraviesa radicalmente. Esta constatación es el punto de arranque de un
itinerario cultural que se propone repensar culturalmente la crisis pues es ahí
donde se libra el fundamento y significado de la crisis actual y de las
consecuencias sociales, económicas y políticas perversas que se de ahí se
derivan. Este itinerario cultural permitiría alumbrar otro rostro de la
política.
Esto supone abordar no solo las
prácticas culturales discriminatorias sino cuestionar el modelo al que
responden y reproducen. Se trata sobre todo de entender la lógica desde la cual
este modelo, ahora en crisis, ha funcionado, se ha justificado así como la
vinculación vital que tenemos con el mismo; es decir desencubrir los
presupuestos ideativos y valores desde los que se justifica, sus mecanismos de
producción y socialización y visibilizar el precio humano pagado, pero no
reconocido, que ha comportado y sigue comportando su realización.
Una forma de nombrar esa lógica
es la denominada como la lógica del progreso material sin fin, del bienestar
ilimitado como ideal que define nuestro mundo de necesidades que en el actual
contexto de globalización científico-tecnológico alcanza a toda la humanidad y
a todo el ser humano.
Este
modelo y su lógica de progreso han sido posibles a costa sobre todo de tres
factores:
En primer lugar, del secuestro/delegación de la conciencia. Ya no se trata de que desde fuera se nos apoderen de la conciencia. En las democracias contemporáneas y en la época del acceso global a la información y la comunicación, el secuestro colectivo de la conciencia se hace con el consentimiento, delegación y complicidad de las conciencias individuales. Este secuestro de la conciencia es el que considera como irrelevante, natural y necesario el precio pagado.
En primer lugar, del secuestro/delegación de la conciencia. Ya no se trata de que desde fuera se nos apoderen de la conciencia. En las democracias contemporáneas y en la época del acceso global a la información y la comunicación, el secuestro colectivo de la conciencia se hace con el consentimiento, delegación y complicidad de las conciencias individuales. Este secuestro de la conciencia es el que considera como irrelevante, natural y necesario el precio pagado.
En segundo lugar, de la
producción de la exclusión-eliminación de vidas consideradas superfluas, es
decir a costa del sufrimiento ajeno, de las desigualdades e injusticias de gran
parte de la población humana cuyas vidas se consideran insignificantes, no
dignas de ser vividas. Y a costa de la destrucción del ecosistema y los
recursos naturales que han posibilitado la construcción de la convivencia
humana.
En tercer lugar a costa de
eliminar o disimular toda huella de los factores nombrados y de considerar
irrelevante toda razón que recuerde el precio pagado.
Si se afirma que habitamos culturalmente
el mundo, hemos de reconocer que este modo de habitar culturalmente el mundo se
ha sostenido y sigue sosteniéndose en una cultura del olvido, del
desentendimiento, de ocultación de su propia obra, de ese lado oscuro que le
pertenece, es decir el de la producción del sufrimiento y daño colectivo, que
ha venido a llamarse Mal común.
Todo esto no ha merecido
culturalmente ningún valor ni significado racional como posibilidad de
conocimiento y de verdad, ningún valor ético como posibilidad de una práctica
responsable, solidaria con una historia olvidada, ningún valor político como
posibilidad de una nueva praxis política desde el reconocimiento público de lo
excluido. Aspectos estos que pondrían en cuestión los parámetros culturales con
los que nos habitualmente nos manejamos.
Estos mecanismos internos a
dicha lógica operan con la complicidad de nuestra conciencia o con nuestro
desentendimiento como si el asunto no fuera con nosotros; no han afectado a
nuestro modo de conocer y construir la convivencia social.
Estos mecanismos y dinámicas son los que vertebran la cultura que nos
configura.
Pasar
por alto esta constatación histórica hoy, como si no hubiera ocurrido, en un
contexto de globalización de la información y comunicación es engañarnos sin
necesidad, sea reduciendo la crisis a una abstracción que pasa por encima de
las vidas que se lleva por delante o convirtiéndola en una cuestión privada,
intimista e individual, sin reconocerse en la realidad colectiva sobre la que
se ha construido.
Ese es el horizonte histórico
cultural que nos abre esa memoria colectiva que mira a esas historias olvidadas
de sufrimiento, como precio del ideal de progreso y bienestar, y que se ofrece
hoy como un nuevo umbral imprescindible e ineludible para otro modo de pensar y
de actuar, de conciencia y de praxis, de construcción de convivencia y de
democracia que ya no podemos eludir. Un nuevo umbral a partir del cual repensar
lo conquistado de humanidad, convivencia y de democracia en la historia.
Este horizonte ilumina el
itinerario cultural propuesto que pretende mediar y crear condiciones que
posibiliten una cultura del Bien común en libertad según lo expuesto. No se
trata de montar una nueva teoría del Bien común que corrija errores pasados
sino de una perspectiva distinta: la que intenta hacerse cargo de la
experiencia histórica de secuestro/delegación de la conciencia y de exclusión,
de injusticia y de daño social sobre los que se ha construido nuestra sociedad;
en definitiva, del Mal común producido históricamente.
Esto afecta no solo a nuestra
mirada respecto a ese pasado de vidas incumplidas que nos reclama una respuesta
sino a su vigencia en tanto conforma el presupuesto y precio a pagar en el
modelo de desarrollo y bienestar vigentes. Situación que no obedece a ningún
determinismo natural o designio divino sino a la conciencia y voluntad humana,
a la capacidad humana ya comprobada en nuestra historia de producir libremente
el Bien común y el Mal común.
Este
horizonte y tarea se han convertido en desafíos ineludibles. Es nuestro turno.
EM
Comentaris
Proposa una reflexió molt de fons i jo proposo anar-la fent explícita aquí mateix, a través de comentaris o, si es vol, fent nous escrits com a entrades del blog.
Això suposa llegir el text amb molt deteniment i silenci, fer l'esforç necessari per entendre bé el que diu; estem molt acostumats a llegir molts textos diversos i a que uns ens facin oblidar els altres, i se'ns bombardeja tant que la nostra lectura sol ser sempre desbordada i en definitiva no aprofundida ni compromesa: solem comentar si un text ens ha semblat valuós o superficial i anem ben de pressa a una altra cosa..., una cultura de quantitat que de fet no ens fa canviar gran cosa en el nostre viure.
Obro, doncs, el diàleg amb aquest escrit proposant que hi fem els nostres comentaris. Més que valoracions genèriques, que siguin anàlisis i explicitacions del seu contingut o creacions i propostes noves que se'n poden derivar.
Em sembla interessant lligar-ho amb el text "Revolución antropológica" de J.B. Metz, que ja tenim posat fa dies a "Documents" del blog. Ell parla d'anar a "una nueva índole de sujeto" i de fer un procés alliberador. I em sembla valuós que ja faci unes concrecions d'aquest procés, obrint ja camí real i concret cap al canvi cultural en profunditat. Com podeu constatar si llegiu aquest text, ja proposa:
"Esta revolución antropológica consiste en una liberación no de la pobreza y la miseria sino de una riqueza y un bienestar cada vez más superfluos; se trata de una liberación no de nuestras carencias sino de nuestro consumo, en el que acabamos consumiéndonos a nosotros mismos; se trata de una liberación no de nuestra situación de oprimidos sino de la praxis inmutada de nuestros deseos; se trata de una liberación no de nuestra impotencia sino de nuestra particular prepotencia; se trata de una liberación no de nuestra situación de seres dominados sino de nuestra apatía; se trata en fin no de una liberación de nuestra culpa sino de nuestra inocencia o, mejor, de esa ilusión de inocencia que amenaza con convertirse en el fundamento de nuestra conciencia cotidiana."
Y propone una revolución como liberación no de las opresiones y dominaciones sistémicas ya mil veces estudiadas sino una liberación como salida de una instalación mental, valorativa, es decir de una instalación cultural en la que nos creíamos a salvo de toda responsabiidad ante la producción histórica del mal.
Este cuestión es la que invalida y hace obsoleta toda propuesta/huida hacia adelante porque se desentiende de la instalación de la que viene, es decir reafirma "la ilusión de la inocencia que amenaza convertirse en el fundamento de nuestra conciencia cotidiana" EM