Escrit de la Federació Anarquista de Torí
[Ens l'ha ofert en Carles Sanz]
Los autos funerarios están alineados frente al
cementerio de Bérgamo. Esta imagen, más que muchas otras, nos muestra la
realidad en toda su crudeza. Ni siquiera puedes dejar una flor. Ni
siquiera pudieron acompañarlos hacia el final. Murieron
solos, lúcidos, ahogándose lentamente.
Desde las ventanas, a horas establecidas, la gente
grita, canta, bate las vajillas y se reúne en un espíritu nacionalista
evocado por los políticos y los medios de comunicación. “Todo irá bien.
Lo lograremos".
El gobierno con edictos que se siguieron en un ritmo
frenético suspendió el debate, incluso la débil confrontación
democrática, incluso el rito agotado de la democracia representativa y
nos alistó a todos. Quien no obedece es un infector, un
criminal, un loco.
Entendámonos. Cada uno de nosotros es responsable de sus
propios actos. Los anarquistas lo sabemos bien: para nosotros, la
responsabilidad individual por las propias acciones es el eje de una
sociedad de libres e iguales.
Cuidar de los más débiles, los ancianos, aquellos que,
más que otros, arriesgan sus vidas es un deber que sentimos con gran
fuerza. Siempre. Hoy más que nunca.
Un deber igualmente fuerte es decir la verdad, esa
verdad, que estando encerrados en las casas frente al televisor, nunca
se filtra. Sin embargo, es, en su mayor parte, visible para todos.
Aquellos que buscan una verdad oculta, una oscura
conspiración tramada por su villano favorito, cierran los ojos ante la
realidad, porque aquellos que los abren luchan por cambiar el orden del
mundo injusto, violento, liberticida y asesino.
Cada día, incluso hoy, mientras la gente se enferma y
muere, el gobierno italiano está desperdiciando 70 millones de euros en
gastos militares. Con los 70 millones gastados en solo uno de los 366
días de este año bisiesto, se podrían construir
y equipar seis nuevos hospitales y quedaría algo para los barbijos, los
laboratorios de análisis y los hisopos para hacer un examen completo.
Un respirador cuesta 4 mil euros: por lo tanto, se podrían comprar
17.500 respiradores por día: muchos más de lo que
se necesitarían ahora.
En estos años, todos los gobiernos que se han seguido
han reducido constantemente el gasto en salud, en prevención y en la
vida de todos nosotros. El año pasado, según las estadísticas, la
esperanza de vida cayó por primera vez. Muchos no tienen
dinero para pagar medicinas, pases para consultas y servicios
especializados, porque tienen que pagar el alquiler, la comida y el
transporte.
Cerraron los pequeños hospitales, redujeron el número de
médicos y enfermeros, cortaron las camas, obligaron a los trabajadores
de la salud a trabajar horas extras para compensar los numerosos
agujeros.
Hoy, con la epidemia, ya no hay colas en las
ventanillas, no hay más listas de espera de meses y años para una
investigación de diagnóstico: han cancelado las consultas y los
exámenes. Los haremos cuando pase la epidemia. ¿Cuántas personas
enfermarán
y morirán de tumores diagnosticables y curables, cuántas personas verán
empeorar sus patologías, porque han puesto en cuarentena lo que queda
de la salud pública? Mientras tanto, las clínicas privadas hacen algunos
movimientos publicitarios y multiplican los
negocios, porque los ricos nunca se quedan sin tratamiento.
Es por eso que el gobierno nos quiere en los balcones
cantando “Estamos prontos para la muerte. Italia llamó " (himno
nacional). Nos quieren callados y obedientes como buenos soldados, carne
de cañón, sacrificables. Después, quien se queda,
será inmune y más fuerte. Hasta la próxima pandemia.
Por esta razón, desde nuestros balcones, en las paredes
de las ciudades, en las colas de compras, decimos en voz alta a pesar
del barbijo, que estamos frente a una masacre de Estado. ¿Cuántos
muertos podrían haberse evitado si los gobiernos
de estos años hubieran tomado decisiones para proteger nuestra salud?
No fue un error sino una elección criminal.
A lo largo de los años, los investigadores de
enfermedades infecciosas han advertido del riesgo que estábamos
corriendo, de que fuera posible una pandemia grave. Voces dejadas en el
desierto.
La lógica de la ganancia no permite la flacidez. Cuando
todo termine, las industrias farmacéuticas que no invierten en
prevención harán negocios. Ganarán dinero con los medicamentos
descubiertos por los muchos investigadores que trabajan para
la comunidad y no para enriquecer a los que ya son ricos.
Nos habían acostumbrado a creer que somos inmunes a las
plagas que afligen a los pobres, a los que no tienen medios para
defenderse, a los que ni siquiera tienen acceso al agua potable. El
dengue, el ébola, la malaria, la tuberculosis eran las
enfermedades de los pobres, de las poblaciones "atrasadas" y
"subdesarrolladas".
Luego, un día, el virus se embarcó en clase ejecutiva y llegó al corazón económico de Italia. Y nada ha sido como antes.
Aunque no de inmediato. Los medios de comunicación, los
expertos y el gobierno nos han dicho que la enfermedad solo mata a los
ancianos, los enfermos, aquellos que también tienen otras patologías.
Nada nuevo Es un hecho normal: no se necesita
un título en medicina para saberlo.
Así que todos los demás pensaron que en el peor de los
casos habrían tenido una gripe extra. Esta información criminal ha
llenado las plazas, aperitivos, fiestas. No por esto falla la
responsabilidad individual, que también pasa por la capacidad
de informarse y comprender, pero quita una pizca de ese aura de
santidad que el gobierno está tratando de usar, para salir ileso de la
crisis. ¿Y quién sabe? Quizás incluso más fuerte.
Nos dicen que nuestro hogar es el único lugar seguro. No
es verdad. Los trabajadores que tienen que salir todos los días para ir
a la fábrica, sin ninguna protección real, a pesar de las pequeñas
consolaciones que Confindustria (confederación
de los industriales) ofrece a los sindicatos estatales, regresan a sus
hogares todos los días. Allí hay parientes ancianos, niños, personas
débiles.
Solo una pequeña parte de los que salen a comprar o
respiran aire tienen protecciones: barbijos, guantes, desinfectantes no
están disponibles ni siquiera en los hospitales.
El gobierno afirma que la protección no es necesaria si
estás sano: es una mentira. Lo que nos dicen sobre la propagación del
virus lo niega claramente. La verdad es otra: dos meses después del
comienzo de la epidemia en Italia, el gobierno
no ha comprado ni distribuido las protecciones necesarias para bloquear
la propagación de la enfermedad.
Cuestan demasiado. En la región Piamonte, los médicos
generales hablan por teléfono con personas que tienen fiebre, tos, dolor
de garganta, invitándolos a tomar antipiréticos y quedarse en casa
durante cinco días. Si empeoran, irán al hospital.
A ninguno se le hace el test. Quienes viven con estos enfermos se
encuentran atrapados: no pueden dejar solos a aquellos que sufren y
necesitan asistencia, pero corren el riesgo de infectarse si la
enfermedad respiratoria se debe al coronavirus. ¿Cuántos se
infectaron sin saberlo y luego transmitieron la enfermedad a otros,
saliendo sin protección?
El arresto domiciliario no nos salvará de la epidemia. Puede ayudar a retrasar la propagación del virus, no detenerlo.
La epidemia se convierte en una oportunidad para imponer
condiciones de trabajo que permiten a las empresas gastar menos y ganar
más. Los edictos de Conte (primer ministro) prevén el smart working
donde sea posible. Las empresas aprovechan esto
para imponerlo a sus empleados. Te quedas en casa y trabajas en línea.
El teletrabajo está regulado por una ley de 2017 que establece que las
empresas pueden proponerlo pero no imponerlo a los empleados. Por lo
tanto, debe estar sujeto a un acuerdo que brinde
a los trabajadores garantías sobre las horas de trabajo, las formas de
control, el derecho a cubrir los costos de conexión y la cobertura en
caso de accidente. Hoy, después del decreto emitido por el gobierno de
Conte para enfrentar la epidemia de Covid 19,
las empresas pueden obligar a realizar smart working sin acuerdos ni
garantías para los trabajadores, quienes además deben estar agradecidos
por la posibilidad de quedarse en casa. La epidemia, por lo tanto, se
convierte en un pretexto para la imposición sin
resistencia de nuevas formas de explotación.
Para los trabajadores regulados se proporcionan seguros
de paro y fondos suplementarios, para los trabajadores temporales, las
partidas IVA y para los trabajadores parasubordinados no habrá
cobertura, a excepción de algunas migajas. Quien no
trabaja no tiene ingresos.
Los que se atreven a criticar, los que se atreven a decir verdades incómodas son amenazados, reprimidos, silenciados.
Ningún medio de comunicación ha difundido la queja de
los abogados de la asociación de enfermeros, una institución que no
tiene nada de subversivo. Los enfermeros y las enfermeras se describen
como héroes, siempre que se enfermen y mueran en
silencio, sin contar lo que sucede en los hospitales. Los enfermeros
que cuentan la verdad son amenazados con despidos. El accidente laboral
no se reconoce para los que son infectados, porque el hospital no está
obligado a pagar indemnizaciones a quienes se
encuentra trabajando todos los días sin protecciones o con protecciones
completamente insuficientes.
La autonomía de las mujeres está siendo atacada por la gestión gubernamental del brote de Covid 19.
El cuidado de los niños que se quedan en casa porque las
escuelas están cerradas, de los ancianos en riesgo, de los
discapacitados cae sobre los hombros de las mujeres, que ya están
fuertemente atacadas por la inseguridad laboral.
Mientras tanto, en silencio, en las casas transformadas en domicilios forzados, los femicidios se multiplican.
En el ruidoso silencio de la mayoría, 15 reclusos
murieron durante los disturbios de las cárceles. Nada se filtró sobre su
muerte, aparte de los documentos policiales. Algunos, que ya estaban en
estado grave, no fueron llevados al hospital,
sino que fueron cargados en las camionetas de la policía y llevados a
morir en las cárceles a cientos de kilómetros de distancia. Una masacre,
una masacre de Estado.
El resto fueron deportados a otros lugares. Las cárceles
estallan, los reclusos no tienen garantizada su salud y dignidad
incluso en condiciones "normales", siempre que sea normal encerrar a las
personas tras las rejas. Para salvaguardarlos,
el gobierno no ha encontrado nada mejor que suspender las
conversaciones con familiares, mientras que los guardias pueden ir y
venir. La revuelta de los reclusos estalló frente al riesgo concreto de
la propagación de la infección en lugares donde el hacinamiento
es la norma. Los que apoyaron las luchas de los prisioneros fueron
atacados y denunciados. La represión, con la complicidad de las medidas
contenidas en los edictos del gobierno, fue extremadamente dura. En
Turín, también impidieron un simple presidio de familiares
y solídales a la entrada de la prisión, desplegando las tropas en cada
acceso a las calles que rodean la prisión de Le Vallette.
Los trabajadores que hicieron huelgas espontáneas contra
el riesgo de contagio fueron a su vez denunciados por violar los
edictos del gobierno, porque se manifestaron en la calle por su salud.
Nada debe detener la producción, incluso si se trata de
producciones que podrían interrumpirse sin ninguna consecuencia para la
vida de todos nosotros. La lógica de la ganancia, de la producción es lo
primero.
El gobierno teme que otros frentes de lucha social
puedan abrirse después de la revuelta de las cárceles. De ahí el
obsesivo control policial, el uso del ejército, al que, por primera vez,
se les asignan funciones de orden público, y no un mero
apoyo a las diversas fuerzas policiales. El ejército se convierte en
policía: el proceso de ósmosis que comenzó hace unas décadas llega a su
cumplimiento. La guerra no se detiene. Misiones militares,
ejercitaciones, polígonos de tiro están en pleno apogeo.
Es la guerra contra los pobres en tiempos de Covid 19.
El gobierno ha prohibido todas las formas de manifestaciones públicas y reuniones políticas.
Arriesgar la vida para el patrón es un deber social,
mientras que la cultura y la acción política se consideran actividades
criminales.
Este es un intento, no demasiado velado, de evitar
cualquier forma de confrontación, discusión, lucha, construcción de
redes de solidaridad que realmente permitan brindar apoyo a quienes
están en mayor dificultad.
La democracia tiene pies de barro. La ilusión
democrática se ha derretido como la nieve al sol ante la epidemia. Se
aceptan con entusiasmo las medidas ex cathedra del primer ministro:
ningún debate, ningún pasaje por el templo de la democracia
representativa, sino un simple edicto. Quien no lo respeta es un
infector, un asesino, un criminal y no merece piedad.
De esta manera, los verdaderos responsables, los que
recortan la salud y multiplican el gasto militar, los que no garantizan
barbijos incluso a los enfermeros, los que militarizan todo pero no
hacen hisopos porque "cuestan 100 euros" se firman
la absolución con el aplauso de los prisioneros del miedo.
El miedo es humano. No debemos avergonzarnos de ello,
pero tampoco debemos permitir que los empresarios políticos del miedo lo
usen para lograr un consenso sobre las políticas criminales.
Luchamos para evitar que se cerraran los pequeños
hospitales, que aniquilaran preciosas instalaciones de salud para todos.
Estábamos en la calle junto a los trabajadores del Valdese, del
Oftalmico, de la Maria Adelaide, del hospital de Susa
y muchos otros rincones de nuestra provincia.
En noviembre, estábamos en la calles para repudiar la
exposición de la industria aeroespacial de guerra. Luchamos todos los
días contra el militarismo y los gastos de guerra. Estamos en el camino
de la lucha No Tav, porque con un metro de Tav
se pagan 1000 horas de cuidados intensivos.
Hoy estamos al lado de quienes no quieren morir en
prisión, de los trabajadores atacados y denunciados, porque protestan
contra la falta de protección contra la propagación del virus, con los
enfermeros y las enfermeras que trabajan sin protección
y arriesgan el lugar de trabajo porque dicen lo que sucede en los
hospitales.
Hoy, una gran parte de los movimientos de oposición
política y social está en silencio, incapaz de reaccionar, aplastado por
la presión moral, lo que criminaliza a aquellos que no aceptan sin
discutir la situación de peligro creciente provocada
por las elecciones gubernamentales de ayer y de hoy.
Restringir los movimientos y los contactos es razonable,
pero es aún más razonable luchar para hacerlo de manera segura. Debemos
encontrar los lugares y las formas de combatir la violencia de quienes
nos encarcelan, porque no saben y no quieren
protegernos.
Como anarquistas, sabemos que la libertad, la
solidaridad, la igualdad en nuestras mil diferencias se obtienen a
través de la lucha, no se la delega a nadie, y mucho menos a un
gobierno, cuya única ética es el mantenimiento de los sillones.
No. No estamos "prontos para morir". No queremos morir y
no queremos que nadie se enferme y muera. No nos alistamos en la
infantería destinada a la masacre silenciosa. Somos desertores,
rebeldes, partisanos.
Exigimos que se vacíen las cárceles, que los que no
tienen hogar tengan uno, que se cancelen los gastos de guerra, que a
todos se garanticen las pruebas clínicas, que cada uno tenga los medios
para protegerse a sí mismo y a los demás de la epidemia.
No queremos que solo los más fuertes sobrevivan, queremos que incluso aquellos que han vivido mucho tiempo continúen haciéndolo.
Queremos que quienes estén enfermos puedan tener cerca a
alguien que los ame y pueda consolarlos: con dos bombarderos de combate
F35 menos podríamos tener trajes y toda la protección necesaria para
que ya nadie muera solo.
¿Todo irá bien? ¿Lo lograremos? Depende de cada uno de nosotros.
Los compañeros y las compañeras de la Federación Anarquista de Turín, reunidos en asamblea el 15 de marzo de 2020.
Dedicamos este texto a la memoria de Ennio Carbone, un
anarquista, un médico que ha dedicado su vida a la investigación
científica, tratando de sustraerla de las manos voraces de la industria
que solo financia lo que da ganancia.
Él, en tiempos insospechados, nos habló sobre el riesgo de una pandemia como la que estamos experimentando hoy.
Nos falta su voz, su experiencia en estos días difíciles.
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