Del llibre "Segundo abecedario"

La Gran Historia como todo poder sólo puede asentarse en el trono de la mentira y así se reproduce. [...]
Pero el caso es dirigir conciencias : por un lado y por el otro. Éste es un país de canónigos,
como decía don Miguel de Unamuno. Y canónigos doctorales todos: todos quieren llevarnos a su molino, por nuestro bien, claro está. Todo es para nuestro bien: incluso el tratarnos como ovejas, que es lo que hacen estos eximios exponentes de la cultura y otros grandes expresos europeos en los que hay que montarse, si uno quiere llegar a algún lado [...]
En un determinado momento Víctor Hugo escribe a Bonaparte: "Ante todo, señor Bonaparte, es necesario que sepa usted un poco qué es la conciencia humana. Existen dos cosas en el mundo --y le ruego que comience a conocer estas novedades-- que se llaman el bien y el mal. Es preciso revelarle a usted que el mentir no está bien, que el traicionar está mal, y que asesinar es lo peor de todo. Sería útil para usted que se enterara de todo esto, pero está prohibido... Sí, monseigneur, está prohibido".
¿Qué pasaría hoy si un escritor enviase una carta similar a cualquiera de los poderosos de este mundo nuestro?
El 8 de abril de 1850, el mismo Hugo se había levantado en la Asamblea Nacional contra las deportaciones de los condenados políticos de Nokkahiva y se había dirigido a los eclesiásticos sentados allí para que secundasen su protesta contra esas condenaciones: "¡Levantaos, es vuestra misión! ¿Qué hacéis en esos bancos?".
La reacción de los interpelados la cuenta un periódico: On rit. Y es lo que sucedería ahora.
A veces piensa uno que Agustín o Lutero también se quedaron cortos al descubrir el nudo de víboras de nuestro corazón, el horror que es nuestra condición humana. La sacralidad de la propiedad añade luego justificación a ese horror: es decir, lo demoniza. Ayer como hoy.

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